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Enamorando a la luna


El viento había cesado, no sin antes limpiar el cielo.

Había realizado un excelente trabajo, ocupándose de no dejar ni una sola nube, regalándole a la luna un bonito cielo para que pudiera pavonearse entre las infinitas estrellas.

-Como sacas ventaja de tu cercanía... pensar que ni siquiera la luz es tuya y sin embargo luces bella y magnífica... ¡Preciosa! …- le dije en voz alta a la luna con tono irónico.


Cerré mi campera y me recosté en la hierba proponiéndome enamorar a la luna. Hacía tiempo que no ejercitaba seducción alguna y ella se prestaba para hacerlo sin el menor riesgo.

Después de todo, si  también la luna me rechazaba, nadie se enteraría.


Imaginé que ella también estaba ansiosa por sentir mis caricias y hasta  pude ver y sentir que me enviaba luces tibias que me envolvían con ternura.


En verdad, ella estaba enamorada de mí y no tenía el menor atisbo de vergüenza en decirlo ante  millones de estrellas.

Agradecido, extendí mis manos para acariciarla, le ayudé a descender y nos  abrazamos hasta quedarnos dormidos.


A la mañana siguiente, desperté con una sensación de paz  que jamás en mi vida había tenido. La luna se había ido sin hacer el menor ruido.

Supongo que no quiso despertarme.

No sentí tristeza porque sabía que por la noche volveríamos a amarnos. Una y mil veces.

 

De la Novela de Pedrovivo. Dioses Imperfectos ¿Hay alguien ahí?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

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